La complejidad de la sexualidad humana
* Educación sexual con fundamento científico: I La complejidad de la sexualidad humana
Negar el placer como algo bueno en el ser humano, sólo conduce a fortalecer la hipocresía y la doble moral. “Embellecerlo”, sobrevalorando funciones de la sexualidad que, aunque importantes, son secundarias a la gratificación derivada de los actos sexuales, tales como la comunicación, la intimidad o la expresión de afecto, equivaldría a afirmar que la función principal de la alimentación es la de mejorar la comunicación o hacer más intenso el enamoramiento de la pareja que se cita para almorzar.
Ciertamente la sexualidad humana y sus funciones, en particular su función placentera, que es la buscada en la gran mayoría de las actividades sexuales, es un fenómeno complejo de estudiar tanto por su propia naturaleza biopsicosocial, como por los intereses ideológicos que entorpecen su análisis racional.
En cuanto al primer factor y como lo señala el sexólogo colombiano Helí Alzate, la función erótica, es decir, la búsqueda consciente del placer sexual es equiparable al pensamiento. Ambos, el intelecto y el erotismo, son únicos de nuestra especie y comparten una larga y compleja herencia filogénica. Ambos requieren de maduración y desarrollo para alcanzar la plenitud de sus potencialidades y ambos dependen de la interacción dialéctica del substrato anatomofisiológico y del superestrato sociocultural para poder ser explicados como funciones psíquicas individuales.
¿Habrá algo más complejo que el estudio de los mecanismos que hacen posible el pensamiento y de la comprensión de los procesos mentales y sus significados? Difícilmente. ¿Implica la complejidad de las estructuras cognoscitivas, de sus correlatos neurofisiológicos, de sus determinantes socioculturales, de la interacción de estos factores, que sólo los filósofos, los artistas o los poetas puedan comprenderlas? Si esto fuera cierto, no tendrían la razón de existir la neurofisiología cerebral, la lingüística, la psicología o cualquiera de las ramas del conocimiento científico que se ocupan del estudio de las funciones psíquicas superiores.
De modo similar, la sexualidad humana puede aparecer a nuestros ojos como un objeto de estudio de enorme dificultad dada la multiplicidad de elementos de tipo estructural, fisiológico, psicosocial y comportamental que la componen. Sin embargo, así como la ciencia ha ido abriendo los caminos para el entendimiento objetivo de las leyes del pensar, a tal punto que los tiempos de la frenología aparecen en el pasado ya muy brumosos y distantes, ninguna
consideración acerca de las mil y una aristas de la experiencia sexual y de su profunda subjetividad puede ser disculpa para dejarla fuera del alcance de la investigación científica.
Al estar en nuestros cerebros y en nuestras mentes firmemente arraigada la negación de algo tan obvio como es la tendencia natural a buscar gratificación para el deseo sexual, se ha procedido entonces a asociar la sexualidad con propósitos y funciones que cumplen la misión de hacer más aceptable su ejercicio y que, de paso, hacen ver la sexualidad aún muchísimo más compleja y prácticamente imposible de explicar adecuadamente.
La comunicación entre las personas, por ejemplo, sería condición indispensable para un correcto ejercicio de la sexualidad, y el disfrute del placer sexual impediría esa función comunicativa. Estas son las palabras del Doctor Ignacio Vergara (1989) al respecto: “Por otro lado la sexualidad cada día se transforma más en una forma de comunicación reemplazando o enriqueciendo su antigua única función de reproducción. La obtención del placer por medio de la sexualidad está también produciendo un fenómeno de incomunicación en la relación sexual. Cuando realizamos un acto sexual con el único fin de obtener placer de él, estamos disociando este acto de todas las fuerzas profundas y a veces misteriosas que subyacen en la sexualidad humana. Esta forma de relación en lugar de facilitar la comunicación, aísla al individuo en su isla de placer.”
No obstante, es falso que la sexualidad sea tan particular, tan “profunda” y tan “misteriosa”, que no pueda ser analizada de manera objetiva, racional y sistemática. Incluso el amor, componente afectivo presente muchas veces en la fase relacional de la función erótica y emoción que fuera por siglos, esa sí, terreno exclusivo de toda clase de mala y buena poesía, ha empezado a comprenderse científicamente, al punto que actualmente se comienza a correr el velo mágico que lo cubría y a descifrar la lógica subyacente en el que parece ser el más irracional de los sentimientos humanos (Sternberg, Barns, 1988).
Negar el placer como algo bueno en el ser humano, sólo conduce a fortalecer la hipocresía y la doble moral. “Embellecerlo”, sobrevalorando funciones de la sexualidad que, aunque importantes, son secundarias a la gratificación derivada de los actos sexuales, tales como la comunicación, la intimidad o la expresión de afecto, equivaldría a afirmar que la función principal de la alimentación es la de mejorar la comunicación o hacer más intenso el enamoramiento de la pareja que se cita para almorzar. Negar el erotismo con la política del avestruz y rotular de amoral a cualquiera que se atreva a plantear, lo que en el fondo todo el mundo sabe, que las personas tienen vida sexual porque la disfrutan, es obstaculizar la educación en el ejercicio consciente y responsable de la sexualidad.
La ciencia se ha desarrollado partiendo de la investigación de las formas más elementales de la materia en movimiento, hasta lograr explicarlas más o menos satisfactoriamente, para luego sí abordar las formas más elevadas y más complejas. No en vano primero se avanzó en el conocimiento de las llamadas ciencias de la naturaleza, cuyo objeto de estudio es más externo al investigador, mientras que es mucha más reciente la investigación en las denominadas ciencias humanas, en las cuales el objeto de estudio involucra directa o indirectamente a quien investiga. En este sentido, la psicología y la sexología son ciencias nuevas, sin que esto signifique que el conocimiento por ellas aportado, muy valioso pero todavía escaso y muy insuficiente, no deba ser tomado en cuenta y no deba hacer parte de la educación de las nuevas generaciones.
En cuanto a los factores ideológicos que interfieren el entendimiento y el análisis serio de la sexualidad en general, y del erotismo, en particular, se podría decir que la tradición erotófoba, de un lado, y el interés de lucro de la sociedad de consumo del otro, son los dos principales. Mientras que nuestra cultura no acepta el hedonismo sexual por considerarlo pecaminoso, el
capitalismo salvaje de nuestros días, y en esto la Iglesia tiene toda la razón, ha hecho del deseo sexual y de su satisfacción una mercancía más; más aún, una mercancía para promocionar y vender otras mercancías, distorsionado e hipertrofiando su real significado en la vida de las personas.