Fernando Botero, la política y George Bush

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Nota: Este articulo fue publicado oficialmente el  1 de octubre de 2023 en el portal mascolombia.com

Con Abu Ghraib, Botero demostró que el arte puede ser un testimonio perenne, una voz que se niega a quedarse en silencio incluso frente al poder, desafiando al presidente George Bush a enfrentar la verdad que sus pinturas revelan.

Fernando Botero en algún momento de su carrera optó por no cambiar el estilo pictórico que había creado y ya lo caracterizaba; por el contrario, dedicó su vida a perfeccionarlo.  Al ser esa su prioridad, privilegió el arte sobre el compromiso político. 

No obstante, como pintor, no se privó de invertir energía y talento en personajes y situaciones históricas de profundo carácter social y político. La familia presidencial (1967) y Retrato oficial de la junta militar (1976) no dejan duda sobre qué pensaba Botero de los gobernantes de América Latina.

El escritor Juan Carlos Botero lo sintetiza en dos frases: “es difícil encontrar un artista plástico que haya sido más inclemente con la clase política y con los tiranos del continente que Fernando Botero”. “La sátira en varios de sus lienzos es evidente y por eso las autoridades del país con sus mandatarios, militares, obispos, curas, políticos y ministros son pintados con humor e inocultable ironía”

Fernando Botero desarrolló su particular estilo figurativo a partir de un temprano dominio del dibujo y sus técnicas. Como Picasso y otros grandes pintores fue, en primer lugar, un dibujante de calidades excelsas. “Dibujar lo es casi todo. Es la identidad del pintor, su estilo, su convicción, y luego el color es solo un regalo al dibujo”, afirmó el Maestro en una entrevista.

La defensa a rajatabla del dibujo y lo figurativo como herramienta esencial de la pintura fue, en sí misma, una opción política de Botero que merece ser altamente apreciada. 

Esta defensa conllevó una toma de distancia del arte conceptual y abstracto, que en muchos de sus representantes terminó por dar pie a la especulación interminable y a eludir o negar los hechos sociales. Botero es el polo opuesto de un Jackson Pollock, quien pedía no preocuparse por encontrar en sus obras un referente de la realidad externa porque no lo tenían.

Que en Botero era constante una perspectiva política de la sociedad, lo evidencia también su mirada de la historia europea. Botero pintó al general golpista Francisco Franco (1986) como un personaje vacío, torpe y secundario, a pesar de su omnipresente dictadura de 35 años en España. 

En Luis XVI con su familia en prisión (1968) condensó en una imagen, que parece desvanecerse en el tiempo, el derrumbe y la violenta derrota infligida a las monarquías feudales por la revolución francesa.

Fernando Botero sostuvo que “el arte es una acusación permanente”. Sin embargo, en sus creaciones, la acusación no siempre tiene la misma intensidad. Hay una diferencia cuantitativa —y sobre todo cualitativa— en el tono y la dimensión de la denuncia entre las pocas y dispersas obras alegóricas a sucesos europeos, por un lado, y su serie sobre la violencia en Colombia o los más de 80 dibujos y óleos sobre las torturas a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, localizada cerca de Bagdad, por el otro.

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La serie sobre Abu Ghraib constituye, como dijo Jack Rasmussen, una poderosa combinación del mejor arte con un claro mensaje político.

La invasión a Iraq, liderada por los Estados Unidos, se inició el 19 de marzo de 2003. En junio del mismo año, se conocieron las primeras denuncias sobre los abusos a los prisioneros en Abu Ghraib; un extenso reportaje en noviembre del mismo año pasó inadvertido. 

Únicamente en 2004, cuando periodistas reconocidos como Dan Rather y Seymour Hersh (el mismo periodista que denunció en 1969 la masacre de My Lai en Vietnam) publicaron evidencia incontrovertible de las aberrantes torturas en la prisión iraquí, la opinión pública norteamericana e internacional comenzó a prestar atención.

Fernando Botero leyó el artículo de Hersh en The New Yorker y se sintió “sorprendido, dolido y enojado, como todos. Cuanto más leía, más motivado, enojado y molesto estaba”

Para el pintor era intolerable la hipocresía: “…que los estadounidenses estuvieran torturando a los prisioneros en la misma prisión en que decían torturaba el tirano al que vinieron a derrocar».

Apartes de entrevista hecha por el Museo de Arte de Berkeley y Archivo Cinematográfico del Pacífico, a Fernando Botero, con subtítulos en español

Fernando Botero empezó a trabajar con pasión largas jornadas en su estudio de París durante el segundo semestre de 2004 y no se detuvo hasta un año largo después.

Teniendo como referencia relatos y múltiples fotografías tomadas por guardas de la prisión y hechas públicas, el pintor plasmó con originalidad y en su particular estilo la brutalidad de las deprivaciones, los empalamientos y otras violencias sexuales inimaginables, las agresiones con perros de presa. En suma, múltiples viejas y nuevas técnicas macabras de interrogación.

En la vida real, este grotesco e inhumano protocolo de torturas fue adaptado por James Mitchell y John Jessen, dos psicólogos norteamericanos contratados por sumas millonarias para tal fin, con el conocimiento y autorización de la plana mayor del gobierno norteamericano. 

Este manual de horror y violencia extrema fue aplicado sin misericordia y hasta con deleite y júbilo, como se observa en algunas fotografías, por militares hombres y mujeres bajo el mando de la directora de la prisión, General Janis Karpinski.

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Las primeras exposiciones de la serie sobre Abu Ghraib las hizo Botero en países europeos durante 2005, donde recibieron gran atención. En Estados Unidos nadie se atrevía inicialmente a presentar la monumental obra del maestro colombiano sobre Abu Ghraib. 

Tal vez porque el establecimiento y los dueños del poder presentían que Botero tenía razón al afirmar que, “cuando los periódicos y la gente dejen de hablar de esto, mis pinturas est[ará]n ahí para recordar un momento inaceptable en la historia de Estados Unidos”.

Transcurrió un año para que la galería Marlborough de Nueva York exhibiera una selección de obras de la serie, en noviembre del 2006. Finalmente, se exhibieron 43 pinturas en la Universidad de Berkeley en febrero y marzo del 2007, y la serie completa se abrió al público en noviembre del mismo año en Washington DC.

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Fue en esta ciudad donde, muy temprano, llegué presuroso al museo de la American University a ver la exposición. Pronto estaba tan absorto frente a cada pintura que agradecí que estuvieran numeradas: Abu Ghraib 17, Abu Ghraib 18, Abu Ghraib 19… y que una dama interrumpió para preguntarme si yo era pintor (??). 

Entonces vi al Maestro Botero en el centro del salón, sin compañía, observando con interés el comportamiento de los visitantes. Me acerqué con timidez y respeto y me acogió con sencillez y afabilidad. Conversamos unos minutos.

Atiné a darle las gracias por su valentía al recrear, como nadie pudiera imaginar y en toda su magnitud, tanto la degradación y la crueldad del ejército invasor como la dignidad de los prisioneros ante la humillación y el sufrimiento. 

Sobre todo, por hacerlo casi en solitario, apenas escudado en el reconocimiento internacional de su obra, en un momento en que tantos artistas y políticos mantenían un conveniente y cobarde silencio. Además, por atreverse a traer la exhibición a la propia ciudad sede del gobierno de Estados Unidos, a tan pocos kilómetros de la Casa Blanca.

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El Maestro Botero expresó que sin libertad de prensa en Estados Unidos no hubiera sido posible conocer en primera instancia lo ocurrido y que entendía el arte como una forma particular de hacer más visibles “los hechos”. 

Creía que, si la obra era buena y transmitía con belleza incluso el sufrimiento, sería un testimonio perenne, aunque por sí sola no pudiera cambiar nada. ¡Guernica de Picasso es la gran pintura del siglo XX y no impidió la dictadura de Franco! y recalcó: “No podía quedarme en silencio”.

 Al despedirme, le pedí firmar la postal con una de las pinturas (Abu Ghraib 67) que había impreso el museo para la ocasión y le expresé mis deseos por que la exhibición tuviera muchos visitantes. Respondió, no supe si en serio o en broma: “¡Sí! ¡Espero que venga hasta el presidente Bush, George Bush!”

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