El “Proteccionismo Razonable” de Trump

Bernardo useche

 

Estos puntos de vista, orientados a brindar una salida a la inaceptable inequidad social sin renunciar a gobernar de la mano del gran capital financiero y los grandes monopolios encajan en el ideario del populismo nacionalista de inspiración fascista que ha tomado impulso en países europeos como Francia, Alemania y Holanda y cuyos líderes como Marion Anne Le Pen empiezan a llamar un “proteccionismo razonable”.  

 

La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos causó enorme sorpresa, y para muchos alrededor del mundo produjo desconsuelo e indignación. Durante la campaña electoral Mr. Trump le dio prioridad al sensacionalismo basado en expresiones insultantes que usó en años anteriores con buenos resultados para mantener los ratings de su programa de televisión “El aprendiz” antes que, a plantear con claridad los puntos de su programa de gobierno. Al punto que incluso los mismos “Trumpistas” como empiezan a denominarse sus seguidores se esfuerzan hoy en día por entender acertadamente qué significa su triunfo, qué intereses representan sus puntos de vista y qué de lo planteado por el candidato se materializará en ejecuciones de su gobierno (1) Uno de los temas centrales en los que hay confusión es el del rechazo de Trump a los Tratados de Libre Comercio (TLC). Este artículo intenta aclarar en qué consiste este aspecto de la política económica del nuevo presidente a este respecto.

 

La economía neoliberal y la desigualdad social en Estados Unidos

 

Es evidente que el apretado triunfo de Trump, alcanzado gracias al anacrónico y poco democrático sistema electoral de los Estados Unidos (2) significó una manifestación de rechazo a las políticas económicas internas e internacionales del “establecimiento” bipartidista que ha gobernado el país en las últimas décadas teniendo como guía el “Consenso de Washington”. La existencia de esa clase política anidada en los partidos Demócrata y Republicano se hizo visible durante la campaña electoral con el apoyo explícito que los dos expresidentes Bush brindaron a Hillary Clinton, “la personificación misma de un establecimiento decadente” como la definiera Adrian Wooldridge en la revista “The Economist”. No se trata de desconocer las diferencias políticas entre los dos partidos que gobiernan los Estados Unidos, ni la realidad de la oposición y obstaculización sistemática que hicieron los republicanos en el congreso a los programas de Obama; oposición que se acompañó en ocasiones de ofensas personales sin precedentes en la historia al presidente Obama, como aquella vez en que le gritaron “mentiroso” durante un discurso que se transmitía por la televisión internacional. (3) Se trata de hacer énfasis en que lo esencial de la política económica, y en particular, la negociación e implementación de los Tratados de Libre Comercio por parte de los Estados Unidos ha sido en lo fundamental compartida por demócratas y republicanos (4)

En los efectos de esa política neoliberal al interior de la propia nación norteamericana debe buscarse en primera instancia la explicación de la derrota de Hillary Clinton. Derrota en la que tienen responsabilidad directa el partido demócrata y el gobierno de Obama quien como lo señaló Matt Stoller en el Washington Post, tomó partido en el año 2008 por los banqueros causantes de la gran crisis financiera de las llamadas “hipotecas basura” prefiriendo rescatar los bancos antes que a la clase media endeudada con créditos impagables de sus viviendas y gobierno que agenció las políticas de los monopolios que empobrecieron las mismas áreas rurales y urbanas de los Estados de la nación que con su voto por Trump decidieron  la elección presidencial  (5) Entre 1980 y 2014 Estados Unidos perdió más de 7 millones de empleos en la industria manufacturera, cayendo durante este período el número de empleos en este sector de 18.9 millones a 12.2 millones (6). Por supuesto, no todos esos puestos de trabajo desaparecieron como resultado de los TLC sino también por la innovación tecnológica, tanto  la robótica que reemplaza mano de obra como  la innovación desligada de los procesos productivos a la que dan prioridad los  modelos empresariales que interesan al capital financiero; y por el efecto de las mismas políticas de libre mercado a nivel internacional como el crecimiento de la economía china y la consecuente competitividad de los productos de este país en el mercado interno norteamericano. La situación del sector es tal, que el déficit comercial de los Estados Unidos en productos manufacturados ascendió en 2015 a la suma de 832 miles de millones de dólares (7) y que, mientras en 1980, comienzo del auge del neoliberalismo, el 19% de los trabajadores estadounidenses laboraban en empresas manufactureras, este porcentaje se había reducido al 8% en el año 2016. En contraste, en el mismo período China se transformó en la primera potencia manufacturera del mundo.  

Al observar las cifras de los resultados electorales se encuentra que la base de la votación que dio el triunfo a Trump fue precisamente ese sector de la población, mayoritariamente de raza blanca, ubicada principalmente en los Estados que bordean los grandes lagos y que han padecido la desindustrialización (el llamado “rust belt”). Trabajadores altamente calificados pero sin título universitario que se empleaban en la producción, por ejemplo de automotores, con un salario tres veces superior al mínimo, y que primero vieron sus ingresos seriamente afectados por la inflación y luego fueron despedidos por el cierre de las factorías, por su reubicación en México  o por los inmisericordes planes de reducción de personal. Tan grave se tornó la situación de estos trabajadores, sus familias y comunidades que estadísticas recientes de los Centros para la Prevención y el Control de las Enfermedades (CDC) muestran que la expectativa de vida de los trabajadores blancos en Estados Unidos dejó de aumentar desde 1999 y algo inaceptable en una potencia económica mundial: en el año 2015 con el aumento de la mortalidad en este grupo de trabajadores, su expectativa de vida comenzó a disminuir (8)

 

La política de libre comercio del nuevo presidente

 

Para ganar el voto de este grupo poblacional tradicionalmente organizado en sindicatos y que usualmente votaba por el partido demócrata (aunque la tendencia venía cambiando en las últimas elecciones), Trump agitó con éxito en su campaña la urgencia de renegociar el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA en inglés) y otros TLC como parte de un programa de gobierno que un trumpista ilustrado resumió como: “menos intervención extranjera, menos libre comercio y más restricciones para la inmigración”.  La política que asume Trump de “menos libre comercio” debe entenderse como una variante a la política impulsada por Obama y de ninguna manera significa que Trump se propone cambiar el modelo neoliberal de absoluto predominio de las grandes corporaciones y del capital financiero internacional establecido formalmente por la administración de Ronald Reagan.

De otra parte, la variante propuesta por Trump no es novedosa pues hace parte de la estrategia adoptada por gobiernos anteriores de Estados Unidos ante la imposibilidad de alcanzar el sueño imperial de imponer a su favor políticas de libre comercio a los 164 países miembros de la Organización Mundial del Comercio. Esta estrategia ha consistido en implementar, de acuerdo con la situación política, bien sea tratados multilaterales tal como lo intentara en su momento la administración Clinton con el ALCA (el pretendido acuerdo para América Latina) o bien sea tratados bilaterales como finalmente se hizo con los TLC firmados entre Estados Unidos y Colombia o Estados Unidos y Perú.

Trump anunció el 21 de noviembre de 2016 su intención de notificar oficialmente una vez se posesione como presidente, su voluntad de retirar a Estados Unidos de la Alianza Trans Pacífica (TPP en inglés), -TLC que se suscribió entre 12 países incluyendo a Japón – por considerarlo un “potencial desastre” para los intereses de su país.

Al mismo tiempo, Trump hizo explícito que se propone reemplazar el TPP por tratados bilaterales que garanticen la supremacía en los beneficios económicos para los Estados Unidos (9).

Los analistas económicos están de acuerdo en que el propósito principal de Estados Unidos con el TPP ha sido el de contrarrestar el terreno comercial ganado por China en Asia oriental. Ese objetivo estratégico sigue siendo el mismo, salvo que ahora Trump plantea enfrentar a China (para lo cual también le interesa acercarse a Rusia e interferir en la creciente cooperación entre Rusia y China) a través de TLC bilaterales con países del área del pacífico que actualmente negocian el TPP como Japón, Nueva Zelandia, y Malasia con el propósito no solo de maximizar las ganancias comerciales sino de asegurar una mayor influencia o control político sobre estos países y así disputar los mercados a China en esta parte del hemisferio. Como lo expresó de manera diplomática Alan Wolff, un curtido negociador de TLCs en la revista Fortune: Trump quiere… “Mostrar a China y al resto del mundo lo que se puede lograr con el nuevo liderazgo estadounidense. Establecer un alto estándar para el comercio en todo el Pacífico durante su administración y convertirlo en el nuevo modelo para la conducción del comercio mundial” (10)

 

“Proteccionismo razonable”

 

Los intelectuales trumpistas mencionados anteriormente piensan que, en medio de su histrionismo, el nuevo presidente hilvana una ideología coherente que busca desarrollar una tendencia política diferente a la predominante hasta ahora entre los republicanos del establecimiento. Trump representaría a los conservadores “frustrados” con el fanatismo neoliberal republicano que no tiene propuestas o no le interesa la suerte de los desfavorecidos con la inequidad social que el libre mercado ha profundizado hasta extremos no antes imaginados. Habría preocupación entre estos nuevos conservadores por la fractura de la sociedad norteamericana resultado de las desigualdades y consideran que es tiempo de reemplazar el necesario llamado al individualismo de los tiempos de Reagan para promover la libre competencia por un llamado a la cohesión social para “hacer grande de nuevo a EEUU”. En este contexto argumentan que con Trump es posible dejar de lado algunas estrategias del libre comercio para defender la clase media y sectores de la economía que necesiten fortalecerse, pero siempre bajo la tutela de los principios de la economía de mercado. Como lo precisó George Parker en noviembre de 2015: “Argumentan que el gobierno debe intervenir para favorecer a los estadounidenses pobres y de ingresos medios, pero mediante la aplicación de los principios del mercado a las políticas públicas, (es decir) quitando poder a Washington y dando a los individuos más opciones” (11).

El proteccionismo de Trump en el fondo refleja la necesidad que tiene el modelo neoliberal de reinventarse si no quiere verse asfixiado bajo el peso de economías inviables y de los movimientos sociales de resistencia que genera al interior del país y de la agudización de las guerras comerciales y militares por el reparto de los mercados internacionales.

En este sentido, el mismísimo Fondo Monetario Internacional (FMI) decidió promover ajustes al modelo neoliberal. En un artículo publicado por economistas del FMI en el mes de junio de 2016 (12) se argumenta que ante el freno del crecimiento económico y el incremento de las inequidades sociales en muchos países, producto de la implementación del enfoque neoliberal de la economía deben hacerse replanteamientos por lo menos en dos aspectos: la liberalización de capitales y los denominados planes de “austeridad”. Ante el revuelo causado por esta publicación,  Maurice Obstfeld, Economista Jefe del FMI se apresuró a aclarar que: “Ese artículo ha sido muy malinterpretado; no representa un cambio significativo en la estrategia del FMI.” y que el nuevo enfoque debe entenderse como una “evolución, no una revolución” de la política macroeconómica, evolución que obedece al análisis que hace el FMI de la economía mundial luego de la crisis financiera del año 2008 y de situaciones más recientes como la bancarrota de la economía en Grecia a causa de la impagable deuda externa y la masiva ola de protestas que le sucedieron. (13)

Qué Trump no implementará una política económica antineoliberal, sino que finalmente terminará por profundizarla se puede prever, entre otras razones, por su propuesta de construir el muro en la frontera con México desconociendo que los inmigrantes provenientes de ese país en las últimas décadas son en gran parte, los mexicanos afectados por el mismo tratado de libre comercio, el NAFTA, que ha empobrecido a los trabajadores norteamericanos (14)

Estos puntos de vista, orientados a brindar una salida a la inaceptable inequidad social sin renunciar a gobernar de la mano del gran capital financiero y los grandes monopolios encajan en el ideario del populismo nacionalista de inspiración fascista que ha tomado impulso en países europeos como Francia, Alemania y Holanda y cuyos líderes como Marion Anne Le Pen empiezan a llamar un “proteccionismo razonable”.   El término lo utilizó Le Pen para elogiar la política adoptada por Putin en Rusia, admiración que parece compartir Mr. Trump quien nombró como Secretario de Estado a Rex Tillerson por muchos años Gerente General (CEO) de Exxon Mobil y condecorado en 2012 por Putin con la “Orden de la Amistad”.  Estos hechos por lo demás exponen crudamente la complejidad de la geopolítica actual la cual se caracteriza por los reacomodamientos que se vienen presentando en la disputa por los mercados internacionales. No es mera coincidencia que mientras Trump declara que la Organización del Atlántico Norte (OTAN) es “obsoleta”, Madame Le Pen afirma que la OTAN ha perdido su “raison détre”. 

 
Nota: Este artículo fue escrito varios días antes de la posesión de Trump. Las ideas aquí presentadas para discusión mantienen vigencia al tenor de las medidas tomadas por el nuevo presidente, incluido el retiro de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (TPP) ordenado hoy 23 de enero 2017.

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