El plan nacional de educación sexual
*Educación sexual con fundamento científico: VII El Plan Nacional de Educación Sexual
Ni el Proyecto de Ley sobre Educación Sexual, presentado al Congreso en 1991; ni la contrapropuesta presentada por el Grupo de Sexualidad Humana de la Universidad de Caldas; ni el Plan Nacional de Educación Sexual del presidente Gaviria, fueron discutidos amplia y oportunamente.
Para quienes hemos seguido con detenimiento la génesis e implementación del PNES está claro que, sin desconocer el inmenso esfuerzo intelectual y la laboriosidad de sus creadores, éste fue el fruto apresurado de la necesidad de responder a los términos fijados por la Corte Constitucional para presentar el proyecto que se concretó en la Resolución 3353 de 1993.
Ni el Proyecto de Ley sobre Educación Sexual, presentado al Congreso por la Representante Yolima Espinosa en 1991; ni la contrapropuesta presentada por el Grupo de Sexualidad Humana de la Universidad de Caldas (Álzate, Useche, Villegas; 1992); ni el Plan Nacional de Educación Sexual del presidente Gaviria, impulsado por una de sus Consejerías y del cual, en cierto modo, es heredero el plan actual del Ministerio de Educación, fueron discutidos amplia y oportunamente. El Congreso de la República se limitó a remitir las propuestas al entonces Proyecto de Ley General de Educación, en donde finalmente la educación sexual quedó establecida como área obligatoria (Artículo 14).
La “consulta nacional de expertos” (en realidad la inmensa mayoría de los asistentes no lo era por la sencilla razón de que en Colombia no los hay en tal cantidad) realizada por el MEN nunca llegó a un consenso, ni siquiera a unos acuerdos mínimos en torno a los lineamientos para un plan nacional, simplemente porque esa fue la primera ocasión en que se confrontaron por parte de los ponentes posiciones tan disímiles en torno a la sexualidad y a la educación sexual. Las conclusiones de esta reunión reflejan una diversidad de opiniones, de las cuales el Ministerio tomó los elementos que consideró útiles para la elaboración del plan cuyo análisis hoy nos ocupa.
Todo lo anterior explica por qué el país no tiene consciencia de la importancia de la introducción de la educación sexual en la educación formal, ni claridad acerca de la manera en que tal educación deba implementarse, y por qué razón, el magisterio colombiano se puede sentir tomado de sorpresa ante el requerimiento de elaborar Proyectos Educativos Institucionales que contengan las acciones pedagógicas relacionadas con la educación sexual, según ha quedado reglamentado en el Decreto 1860 de 1994.
Los Objetivos Del Plan
Existen dos tendencias extremas que coinciden en la absoluta sobreestimación de los efectos del PNES. La una, representada en los autores y defensores del plan ya en marcha, supone que será posible solucionar gran parte de los problemas relacionados con la sexualidad que aquejan a nuestra sociedad. La otra tendencia, expresada en las posiciones de las personas y organizaciones más tradicionalistas y conservadoras, está convencida que sólo se acrecentarán las calamidades como consecuencia del quebrantamiento moral que sobrevendrá a la implementación del plan.
La visión optimista, se refleja en las palabras del doctor Pedro Guerrero, coordinador del PNES: “Nuestra experiencia nos indica que la única manera de prevenir una iniciación prematura en el sexo, los embarazos indeseados y los abortos, el abuso y la violación de menores, el madre solterismo y el abandono de los niños, el maltrato infantil, los matrimonios prematuros, las enfermedades de transmisión sexual y el SIDA y los futuros conflictos de pareja, es justamente una educación sexual que se fundamente en el respeto por los otros y por sí mismo, en el amor y en la responsabilidad de todos los actos de nuestra vida”. (Guerrero, 1993).
La visión pesimista, casi apocalíptica, es evidente en titulares como los siguientes: “El Plan Nacional de Educación Sexual, un intento de pulverizar la formación cristiana de la juventud”. “La educación sexual amoral, procaz e impúdica, corrompe las costumbres, favorece las perversiones y descompone al país”. (TFP, 1994). O en este otro título: “El Plan Nacional de Educación Sexual ¿Educación o Corrupción Sexual?” (Jiménez, Garzón, 1994).
Ambos puntos de vista se explican por la obsesión axiológica que, según José Fernando Ocampo (1994), recorre a Colombia. Ambos consideran que el objetivo principal de la educación en general, y de la educación sexual en particular, es el de mantener o cambiar valores dentro de la concepción de que la escuela es una institución que tiene como misión propagar simplemente una ideología, una determinada forma de pensar y de comportarse. De esta manera, los partidarios de la educación centrada en lo axiológico no aceptan que la formación de valores está determinada por factores socioeconómicos, políticos, religiosos y familiares que se escapan del dominio de la educación formal; y de paso se oponen a la transmisión y generación de conocimiento científico como eje de la actividad educativa.
Al enfatizar el cambio de valores y actitudes, al no ser claro con respecto a los valores religiosos, y por considerarlo amenazante para sistemas de valores vigentes en sectores importantes de la población, el primero de los objetivos del PNES se ha convertido en el más polémico de todos: “Propiciar cambios en los valores, conocimientos, actitudes y comportamientos relativos a la sexualidad…, guardando el debido respeto que merecen las creencias y valores populares”.
En un país como Colombia, los valores religiosos tienen un arraigo social y antropológico que los hacen de alguna manera, y en esto tienen razón los católicos que lo han planteado, parte de la nacionalidad. En este sentido, y hay que expresarlo de manera categórica, ningún programa de educación sexual debe tener como objetivo alejar a las personas de sus principios religiosos.
Sería menos conflictivo, aunque siempre existirá quien se oponga a cualquier tipo de educación sexual, si el objetivo central único de un programa educativo de esta naturaleza se definiera en términos de propiciar un proceso formativo en el cual se le brinden a la persona, de acuerdo con su desarrollo intelectual y emocional, los conocimientos científicos que le permitan superar la ignorancia sexual y la ansiedad y confusión que esa ignorancia genera. Al mismo tiempo, esa formación con fundamento científico facilitará la adquisición de una actitud comprensiva, tolerante y respetuosa hacia las opiniones y conductas de los demás, mientras no sean nocivas.
Lógicamente, esta formulación parte del convencimiento de que el conocimiento no tiene necesariamente porqué modificar los valores y mucho menos el comportamiento, y de que creencias religiosas y conocimientos científicos pueden coexistir en muchas personas, siempre y cuando no se mezclen, pues obedecen a razonamientos de distinta naturaleza. Tal como lo aclara el teólogo jesuita Alberto Múnera (1993), desde su punto de vista religioso: “Erróneamente se pensó que manteniendo ocultos los datos científicos de diversas áreas referentes a la sexualidad, se evitarían conductas indebidas.”
Finalmente, una educación sexual con fundamento científico debe contribuir a que la persona adquiera la capacidad de decidir conscientemente en qué momento ejercer la función sexual en sus modos erótico y reproductor. Es probable que, para algunas personas, quien se atreve a aceptar el hedonismo sexual debe ser reencarnación de Asmodeo. Sin embargo, es aún más probable que, con el tiempo, sea posible reconocer desde un punto de vista religioso, la bondad del placer sexual. Bien dice el Padre Múnera que no es necesario: “Pecatizar y demonizar el erotismo” y que, “en razón de la bondad intrínseca de todas las cosas, es evidente que la realidad humana del placer también tiene que ser calificada de buena. Ningún placer puede ser calificado de malo, estructuralmente considerado. Tampoco, por supuesto, el placer sexual” (Múnera,1993). Al fin y al cabo, hace años que el padre Teilhard de Chardin (1956) integró a su cosmovisión la teoría de la evolución de las especies, aceptando uno de los logros científicos más difíciles de aceptar para el pensamiento religioso.
Un punto que toca con los objetivos y que exige absoluta claridad es el relacionado con el control natal (objetivo 4 del PNES). En medio de la controversia suscitada por el Plan del Ministerio de Educación, otro jesuita, el Padre Álvaro Jiménez (1994) ha citado documentos que plantean que la administración Clinton y el Banco Mundial ordenaron, con fines estratégicos, a los países hispanoamericanos legalizar el aborto y mantener bajas las tasas de nacimientos. La acusación no podía ser más grave. De ser cierto, además, como lo sugiere Tradición, Familia y Propiedad (1994), que hubo una colusión entre el gobierno de Gaviria y la Corte Constitucional para el impulso y puesta en marcha del PNES, estaríamos ante una situación inadmisible que modificaría por completo el contexto en el que se está discutiendo la viabilidad de la educación sexual en Colombia. Tendría vigencia de nuevo la teoría del “Complejo de Layo”, magistralmente expuesta por el doctor Hernán Vergara en la década de los 70.
El Currículo
La idea de “impregnar el currículo”, desde preescolar hasta la secundaria, propuesta en la consulta convocada por el Ministerio de Educación por la Asesora Regional de Educación en Población (De Moyano, 1993), fue la guía adoptada para la estructura curricular del PNES. Este enfoque requiere para su materialización una serie de condiciones que no existen en nuestro país: maestros debidamente formados, guías y textos de apoyo adecuados y suficientes, conocimientos e identidad de criterios entre los miembros de la comunidad escolar, y un absoluto dominio de la psicología del desarrollo, de tal manera que se puedan identificar los niveles adecuados de desarrollo cognoscitivo en los estudiantes, para presentar los conceptos y contenidos pertinentes.
En la vida real, los ejes, los énfasis y las guías de contenido para cada uno de los grados escolares presentados por el PNES son sólo una formulación abstracta e ideal, que poco o nada orientan al maestro sobre la forma como debe abordar la educación sexual. A esta objeción se podría responder con el argumento de que “en la construcción de un proyecto de educación sexual debe participar la comunidad educativa: personal administrativo, rectores, docentes, padres de familia y alumnos desde el preescolar hasta el grado once…” (PNES. Pág, 2), con lo que simplemente se está trasladando el problema a muchos de quienes menos capacitados se encuentran para afrontarlo. El PNES reduce y simplifica de tal manera los contenidos, que difícilmente un constructivista serio se comprometería a defender la estructura curricular propuesta.
La Metodología
Al igual que en el programa de la Presidencia de la República, el PNES absolutiza el taller como alternativa metodológica, en oposición a la asignatura tradicional. Dentro de la perspectiva de implementar los talleres en educación sexual, probablemente el mejor sustentado en Colombia es el “Modelo de Reeducación Sexual”, de la Asociación Salud con Prevención; sin embargo, veamos cuál es su concepción: “En el taller básico, los ejercicios y guías se hacen con contenidos referidos a la sexualidad, pero estos contenidos no se discuten en sí mismos, sino que se toman como gancho para evidenciar o ejemplificar las posiciones frente al concepto de fondo… Una vez contestadas las preguntas, enfocamos nuestro interés no hacia el contenido de la respuesta, sino a la forma como cada respuesta ha sido construida, cómo la han establecido como verdad, con cuáles métodos, con cuáles niveles de generalización y predicción…” (Guzmán, 1992).
En educación, mientras los conocimientos estudiados deben ser los más avanzados, las metodologías y las didácticas no pueden ser impuestas, menos ahora que la autonomía escolar debe ser la piedra angular de la actual reforma educativa. Por lo tanto, el PNES, en lugar de promover una metodología constructivista, debería limitarse a establecer unos lineamientos generales, exigir que los contenidos de la educación sexual posean el mayor rigor científico y permitir a las instituciones educativas la libertad para seleccionar, emplear, crear y diseñar las metodologías, enfoques pedagógicos y didácticas que consideren más adecuadas.