Conducta Sexual de Adolescentes Colombianos
Los adolescentes requieren de una educación sexual positiva que parta de la realidad de sus necesidades, y no de nuestros prejuicios; se debe buscar que el ejercicio de la función placentera de la sexualidad sea parte del bienestar de las nuevas generaciones y que ese ejercicio sea libre, responsable y nunca lastime a nadie, ni física ni psicológicamente.
Desde hace algo más de 20 años se ha estudiado en la Universidad de Caldas la conducta sexual de universitarios y estudiantes de bachillerato (Álzate, 1977, 1978, 1982, 1984, 1989, 1996; Useche, Álzate y Villegas 1990; Álzate y Villegas, 1994).
El propósito principal de esta línea de investigación ha sido el de describir y tratar de explicar el comportamiento sexual de los jóvenes, con el fin de diseñar y desarrollar programas de educación sexual positiva que tengan en cuenta la realidad de su vida sexual y, por lo tanto, que puedan contribuir de manera significativa a su formación. El presente estudio se fundamenta en la investigación realizada para la disertación doctoral del autor (Useche, 1995)
Contexto Sociocultural
Esta investigación se realizó en las ciudades de Manizales (370.000 habitantes), Chinchiná (55.000 habitantes) y Anserma (40.000 habitantes), localizadas en la principal región cafetera de Colombia, la cual, desde el punto de vista etno-geográfico, hace parte del llamado “complejo cultural antioqueño”, tradicionalmente caracterizado por la existencia de familias extensas, con un alto grado de religiosidad, una marcada diferenciación en los roles de género y en los criterios de ética sexual para hombres y mujeres (Gutiérrez de Pineda, 1975).
Parece que, a la par con el proceso de descomposición social y familiar experimentado en los últimos años, como consecuencia de las políticas de apertura económica, ha habido un cambio drástico con respecto a los criterios y normas que guían la vida sexual de los habitantes de la región, pero. este proceso no se ha documentado de manera suficiente, en particular, los estudios previos de Álzate, ya mencionados, muestran una tendencia de liberalización de la conducta sexual de las mujeres jóvenes, quienes progresivamente han abandonado los rigurosos criterios de abstinencia premarital impuestos en el pasado, a la vez que han optado por un patrón de comportamiento sexual orientado por la “permisividad amorosa”, el cual justifica la actividad sexual siempre y cuando la persona se encuentre enamorada.
La prostitución ha tenido un papel importante en la vida sexual de los hombres de esta región. No se debe olvidar que, por regla general, estas poblaciones fueron fundadas en torno a una iglesia, una plaza de mercado y una zona de tolerancia. Como bien lo señala Virginia Gutiérrez: “Los adolescentes antioqueños crecen atraídos antagónicamente entre dos polos: el paradigma de castidad, cristalizado en un amplio santoral que lo reprime y moldea ascéticamente, y la estampa de la prostituta que lo invita al `pecado´ de traducirse biológicamente ante la cultura”.
Sin embargo, al cambiar y hacerse mucho más liberales las actitudes y las conductas sexuales femeninas, es plausible, como también lo demostró Álzate, que en los últimos años empezara a observarse una drástica reducción del coito con prostitutas como forma de iniciación sexual de los varones.
Aunque la homofobia ha prevalecido y continúa siendo un denominador común en la ideología de los caldenses, es innegable que ante la himenolatría y la rígida protección de la virginidad de las jóvenes “de buena familia”, la conducta homosexual subsistió en un porcentaje no despreciable de quienes se iniciaban en la satisfacción de sus necesidades eróticas (Botero, 1980).
Debe subrayarse también el papel jugado por los medios de comunicación, en el proceso reciente de cambios en la superestructura, en lo que concierne a la sexualidad. Al igual que en Estados Unidos y por cuenta de la colonización cultural promovida por este país, en Colombia “la televisión y otros medios se han convertido para los adolescentes en una fuente importante de educación sexual” (Braverman, Strasburger, 1993). De hecho, nuestra programación de televisión es, en buena parte, sólo una retransmisión de programas norteamericanos y una simple difusión de sus valores y de su estilo de vida.
Adolescencia y Sexualidad
Actualmente se acepta que la adolescencia es un estado de transición psicosocial, determinado por la cultura que se vive paralelamente y en relación con el fenómeno biológico de la pubertad. Según Steimberg (1993), en la adolescencia, a la vez que se experimentan una serie de transiciones biológicas, cognoscitivas y sociales, se desarrollan 5 procesos psicosociales que contribuyen de manera decisiva a la estructuración de la personalidad del adulto. Esos procesos giran en torno a la necesidad individual de integración de las siguientes cinco dimensiones: Identidad, Autonomía, Intimidad, Logro y Sexualidad.
En consecuencia, se trata de una etapa de la vida bastante compleja cuya completa comprensión se escapa de los propósitos de este artículo. Incluso hay aspectos de la sexualidad adolescente que no son tomados en cuenta en este trabajo, no obstante que son fundamentales. Tal es el caso de los procesos de desarrollo de la identidad y del rol socio- sexual, y la evolución de la orientación sexual u orientación erótica.
Con respecto a la sexualidad y desde la perspectiva que nos sirve de marco conceptual, la adolescencia puede definirse como un período de iniciación en la vida erótica y de aprendizaje de la función sexual adulta (Álzate, 1997). La actividad sexual de los jóvenes es motivada principalmente por el desarrollo del apetito sexual, el que a su vez depende básicamente de la acción de la testosterona, “la hormona del deseo”. En este sentido, Richard Udry (1987) ha documentado, muy bien, como los adolescentes de ambos sexos con niveles más altos de andrógenos reportan mayor frecuencia de fantasías eróticas, masturbación y otras actividades sexuales; sin embargo, es innegable que el comportamiento sexual no sólo se ve reforzado o restringido por el grado de permisividad del medio social en el que se vive sino que, en particular, la vida sexual del adolescente está determinada también por los distintos procesos de socialización, la naturaleza de la interacción con los amigos y las complejas influencias ejercidas por el grupo.
En nuestro medio y para los efectos del presente estudio, la adolescencia abarca desde el comienzo de la pubertad, hacia los 13 años, la edad mediana de la menarquia y la torarquia en los jóvenes de la región que aquí se estudia, hasta los 18 años, cuando se obtiene legalmente la mayoría de edad. En la medida en que para los hombres la primera eyaculación (torarquia) significa generalmente el primer orgasmo y para las mujeres la primera menstruación no está asociada a una experiencia sexualmente placentera, se marcan desde un primer momento importantes diferencias de género en cuanto a la conducta sexual durante este período del desarrollo, siendo, según estudios previos, los 18 años, la edad mediana del primer orgasmo en las mujeres, se puede afirmar que mientras para los hombres la pubertad se inicia con un orgasmo, para ellas el término de la adolescencia es apenas el comienzo de su vida erótica. Sin embargo, como lo demostró la presente investigación, la edad mediana del primer orgasmo en las mujeres tiende a ser menor en la actualidad.
Método
Muestra
Los sujetos del presente estudio fueron 379 hombres y 603 mujeres, estudiantes de los grados 10º y 11º de diversos establecimientos educativos de las ciudades de Manizales, Chinchiná y Anserma, en el Departamento de Caldas, Colombia. Este tipo de muestreo grupal no probabilístico (Kinsey, Pomeroy, Martin, & Gebhard, 1953), ofrece mayor validez en los resultados que los muestreos, cuando se investigan temas tan íntimos y personales como la conducta sexual, siempre que en el estudio acepte participar la mayoría de los miembros de cada grupo.
Procedimiento
La recolección de los datos se realizó en los meses de octubre y noviembre de 1994 y se utilizó, básicamente, el mismo procedimiento empleado en el desarrollo de esta línea de investigación en la Universidad de Caldas. En primer lugar, se conformó un grupo con estudiantes del curso regular de sexología, en quinto semestre de medicina, los cuales recibieron preparación sobre la forma apropiada de motivar e instruir a los sujetos, a los que se les administraría una versión de 50 items del “Cuestionario de Comportamiento Sexual” elaborado por Álzate, Useche y Villegas (1990).
Igualmente, se les preparó de manera conveniente para desarrollar la sesión previa, que consiste en una charla sobre sexualidad humana con base en un guión y un set de diapositivas elaboradas por Useche y Gil (1994), charla que se acompaña de una amplia sesión de preguntas y respuestas con el objetivo de hacer la motivación pertinente y de aclarar los conceptos y términos que se emplean en el cuestionario. Por último, se administraron los cuestionarios, previa autorización de las respectivas instituciones educativas y luego de garantizar el anonimato y el carácter voluntario de la participación en el estudio. Los resultados fueron analizados con el programa estadístico SPSS (Norusis, 1991). El nivel de significación establecido fue p< .01
Resultados
Iniciación sexual
La edad promedio de los jóvenes estudiados fue de 16.8 años y la desviación estándar de 1.5; confirmando los estudios anteriores acerca de los eventos que se consideran determinantes del comienzo de la pubertad, la edad mediana para la menarquia y la torarquia fue de 13 años. Estas edades han permanecido constantes durante los últimos l0 años. Así mismo, la edad mediana de la primera masturbación, el primer orgasmo y el primer coito fue para los hombres de 13, 14 y 15 años respectivamente y para las mujeres de l4, 15 y 16 años. Es decir, los varones se adelantan en 1 año a las mujeres en cada una de estas primeras experiencias sexuales. Pero, además, al comparar estas edades medianas del primer coito con las de estudios realizados por nuestro grupo de investigación en años anteriores, encontramos que los adolescentes están perdiendo su virginidad a edades más tempranas.
Así, la edad mediana del primer coito para los hombres fue en 1975 de 17 años, en l985 de 16 años y en el presente estudio (datos de 1994) de 15 años. Por su parte, la edad mediana del primer coito vaginal para las mujeres en 1975 y en 1980 fue de 20 años, en1985 y 1987 de 19 años, en 1990 de 18 años y en 1994 de 16 años.
Una visión más completa de las edades en que se van presentando cada una de estas experiencias, según los datos obtenidos en el presente estudio, se presenta en la Tabla 1.
Se puede observar, también, que a la edad de 18 años el 62.1% de los hombres y el 29.6% de las mujeres han participado en coito vaginal. Esta diferencia genérica es estadísticamente significativa, como ocurre con otras actividades sexuales que se presentarán más adelante.
Aquí, estas cifras nos permiten afirmar que, si bien un 70% de las jóvenes no ha perdido su virginidad, la mayoría de ellas (58%) y la casi totalidad de los hombres (92%) sí han experimentado orgasmos. Es decir, se verifica una de nuestras hipótesis centrales para este trabajo: que la adolescencia es un periodo de iniciación en la vida erótica, proceso natural motivado como lo han demostrado, entre otros, Richard Udry y sus colegas (1985,1986,1987) por la intensidad del deseo sexual y los altos niveles de testosterona circulantes que caracterizan la pubertad. Este proceso de iniciación sexual se verá facilitado o reprimido por el grado de permisividad existente en el medio social y por las particularidades del desarrollo psicológico del adolescente.
Algunos investigadores se empeñan en negar esta realidad. Por ejemplo, Hajcak y Garwood (1986, 1988) insisten en que el deseo sexual no existe en los adolescentes, o es de muy baja intensidad, y sólo se incrementa artificialmente por necesidades emocionales y psicosociales, sin ningún carácter sexual, las cuales pueden y deben ser controladas.
Otros, pretenden demostrar que la iniciación sexual en la adolescencia está asociada a circunstancias y comportamientos negativos tales como pobreza, alcoholismo y uso de drogas, o bajo nivel educativo de la madre. Más aún, la tendencia en el campo de la salud pública parece ser la de considerar que la iniciación sexual en la adolescencia es, en sí misma, una conducta de riesgo como lo pueden ser “el uso de substancias y la delincuencia juvenil” (Ku, Sonenstein, Pleck, 1993).
En lo que se equivocan muchos de estos autores es en la no aceptación de que las primeras experiencias sexuales, en la juventud, son la expresión del desarrollo sexual normal, y en no entender que la iniciación sexual puede ser objeto de una decisión consciente y racional por parte de los jóvenes. En un momento en que países como Colombia discuten si se debe declarar la mayoría de edad a los 16 años, todavía hay quienes consideran que se puede reemplazar a los jóvenes en las decisiones sobre su vida sexual. Ahora bien, como es evidente en las estadísticas presentadas en este trabajo, un porcentaje importante de esos adolescentes no tienen prisa por iniciarse sexualmente, y por supuesto, están en el pleno derecho de no hacerlo. Para algunos, sin embargo, el deseo sexual será tan intenso que, aunque conscientemente opten por la abstinencia, tendrán que luchar con sus fantasías y sueños eróticos.
Motivos y tipo de parejas para el primer coito
Es interesante conocer “el porqué y con quién” se tiene la primera experiencia coital, tal vez la conducta de iniciación sexual más importante, dado el papel central otorgado tradicionalmente por la cultura a la virginidad. Las Tablas 2 y 3 corresponden a las diversas razones para haber practicado o haberse abstenido de practicar el coito por primera vez, las cuales confirman las diferencias de género que se habían detectado en estudios anteriores. Es importante anotar que algunos estudiantes, aunque no se incluía esta pregunta en el cuestionario, tomaron la iniciativa de informar que habían sido forzados a tener su primera relación sexual:
Como se puede observar, estos datos muestran que el 60% de los varones tiene la primera relación motivados por simple deseo sexual, mientras que el 60% de las mujeres lo han hecho por amor. Esta diferencia genérica es desventajosa para la mujer pues ella, generalmente, cree que su compañero también está enamorado. Por el contrario, la realidad enseña que el hombre, en muchas ocasiones simplemente miente respecto de la intensidad del afecto para con su pareja, con tal de acceder a la actividad coital. Así lo señalan Berganza, Peyre y Aguilar (1989) en un artículo sobre embarazo en adolescentes guatemaltecas: “Los muchachos tienen una inclinación muy grande hacia la sexualidad puramente `recreacional´, mientras las chicas tienden a involucrarse afectivamente con sus amantes. Mientras el noventa y seis por ciento de las jóvenes sexualmente activas planeaba casarse con su actual compañero sexual, sólo 5.5% de los muchachos estaba planeando hacerlo”.
La situación es exactamente la misma en los estados Unidos. Los autores de Sex in America dicen en su reporte final: “De hecho, la mayoría de los hombres dijeron no haber estado enamorados con su primera compañera sexual… ninguna mujer dijo que tuvo su primera relación por placer sexual” (Michael, Gagnon, Laumann, y Kolata, 1994). De acuerdo con este razonamiento, en el presente estudio se encontró que para el 62.5% de los hombres la primera relación tuvo como pareja una “amiga” y para el 83% de las chicas su primer compañero sexual fue su “novio”. Curiosamente, también confirmamos que mientras las prostitutas han dejado de ser las mujeres con quienes se perdía la virginidad (actualmente sólo un 5% de los varones se inicia en un burdel), las primas u otras familiares han sido las primeras parejas sexuales para uno de cada l0 de los hombres estudiados. En contraste, sólo el 2.4% de las mujeres se inició sexualmente con alguien de la familia. Todas estas diferencias de género acerca del tipo de compañero en el primer coito fueron estadísticamente significativas.
Por su parte, al examinar las razones de adolescentes hombres y mujeres para permanecer vírgenes, llama la atención que los preceptos y convicciones religiosas no son prácticamente tenidas en cuenta como argumento para sustentar esta decisión, e igual cosa ocurre, con lo que pueda significar para los padres esta primera experiencia de los adolescentes (Tabla 3).
Esta conclusión refuerza nuestra hipótesis de que es muy difícil pretender controlar la vida sexual de los jóvenes y que lo más conveniente es proporcionar la educación sexual y los elementos de juicio necesarios para que ellos puedan tomar decisiones racionales sobre su conducta, con la seguridad que mientras algunos optarán por la continencia, otros podrán iniciar su vida sexual de manera consciente y responsable. No es extraño entonces que la mayoría de quienes permanecen vírgenes, es decir más del 60% de los varones y del 70% de las mujeres, no hayan practicado el coito, simplemente, porque no han querido o no se sienten preparados para hacerlo.
Actividades sexuales
Encontramos que no sólo la mayoría de los adolescentes son sexualmente activos, aunque existen importantes diferencias de género, sino también que la variedad de conductas sexuales practicada por los jóvenes de nuestro estudio es muy grande y cubre prácticamente todas las posibilidades: masturbación, coito vaginal, coito rectal, actividades buco-genitales (felación y cunilinto), actividades sexuales en grupo, actividades sexuales con animales y actividades homosexuales.
Al igual que en los estudios anteriores a los que hemos hecho referencia, las diferencias de conducta sexual entre hombres y mujeres coinciden con las diferencias de género en la frecuencia del deseo sexual. Parece entonces que, si bien existen diversos factores que podrían asociarse al comportamiento sexual adolescente, la motivación consciente por obtener placer sexual y la intensidad de esa libido constituye la principal explicación de la existencia de las diferentes prácticas sexuales. En general, puede afirmarse que los varones sienten 2 veces más deseo sexual que las mujeres (por ejemplo, el 84,1% de ellos experimentan deseo por lo menos una vez a la semana, lo cual ocurre en un 43.5% de ellas (p<.001) y que esa diferencia en la frecuencia libidinal se refleja en el comportamiento sexual mucho más activo de los hombres.
El siguiente cuadro (Tabla 4) permite visualizar la incidencia observada de cada una de las actividades sexuales en los adolescentes de ambos sexos:
Un análisis de los datos obtenidos revela, una vez más, que la masturbación es una práctica universal entre los adolescentes varones; es probable que el pequeño porcentaje que aún no se masturba corresponda a los más jóvenes; es más, este porcentaje coincide con el porcentaje de quienes aún no alcanzan la torarquia a la edad de 18 años (ver la primera tabla sobre la incidencia cumulativa de la edad de las primeras experiencias sexuales).
Entra las mujeres, al comparar con estudios anteriores, se observa que en los últimos años ha aumentado el número de las que practican la masturbación, aunque, si se tiene en cuenta sólo a las que se autoestimulan hasta el orgasmo, el porcentaje se reduce considerablemente. En la presente investigación, casi un 40% de las chicas nunca ha alcanzado el orgasmo durante la masturbación. Esto nos indica que, aunque cada vez más mujeres jóvenes se atreven a estimular sus zonas erógenas, lo hacen muchas veces a manera de exploración y se conforman con obtener niveles de excitación previos al clímax sexual.
Por su parte, aproximadamente 2 de cada 3 varones y 1 de cada 3 mujeres han tenido coito vaginal, al terminar la secundaria. Es interesante anotar que se encontraron, también, diferencias genéricas en la frecuencia del orgasmo alcanzado en el coito: una de cada l0 mujeres nunca ha llegado al orgasmo durante este tipo de actividad sexual, y una de cada dos sólo llega al clímax, en pocas ocasiones, durante el coito vaginal. Para los hombres, en general, se puede afirmar que no tienen mayor dificultad en obtener el placer orgásmico con la penetración vaginal; varios factores psicosociales pueden estar presentes en éste, uno de los problemas básicos de la sexualidad femenina; sin embargo, una explicación probable puede estar relacionada con los hallazgos sobre la erogenicidad vaginal, estudiada por el doctor Helí Álzate( Álzate, Useche y Villegas, 1989) en la Universidad de Caldas, según los cuales, durante el coito vaginal no hay suficiente estimulación, en las zonas erógenas de las paredes vaginales, para provocar el nivel de excitación que se requiere para alcanzar un orgasmo.
Pero la diferencia entre ambos sexos se extiende también al número de compañeros sexuales. Entre las jóvenes, el 63.5% sólo ha tenido relaciones sexuales con una persona y el 31.1% ha tenido entre 2 y 5 parejas sexuales. Entre los hombres no vírgenes, uno de cada diez ha tenido actividad coital con l0 o más mujeres; el 13% ha tenido entre 6 y l0 parejas sexuales; el 51.6%, entre 2 y 5 compañeras, y el 25.6% ha tenido relaciones con una sola persona.
Así mismo, uno de cada 5 hombres ha practicado el coito rectal y, de ellos, el 50% lo ha hecho con 2 o más parejas distintas. Igualmente, uno de cada 5 varones ha tenido actividad sexual en grupo, es decir, estimulándose con más de una persona al mismo tiempo. Además, en una región caracterizada por una severa homofobia al punto que “dañado” es un calificativo comúnmente usado para referirse a alguien con comportamientos homosexuales, aproximadamente uno de cada 6 hombres y una de cada 10 mujeres ha tenido encuentros eróticos con personas del mismo sexo. Como se puede fácilmente concluir: independientemente de nuestra voluntad, los jóvenes caldenses llevan una vida sexual muy activa y diversa.
Es necesario alertar aquí sobre la realidad de las distintas formas de abuso sexual a que son sometidos muchos de nuestros jóvenes de ambos sexos. Aproximadamente, una de cada 6 jovencitas ha tenido que vivir la infortunada experiencia de una actividad sexual no consentida. Pocas cosas hay tan traumáticas y con tantas repercusiones negativas en la vida de una persona como el ultraje y la humillación sexuales. Lamentablemente, la misma sociedad que condena airadamente la sexualidad voluntaria y consensual de los adolescentes, calla y de alguna manera tolera los delitos sexuales cometidos contra niños y jóvenes.
Uso de anticonceptivos y aborto
En contraste con la extensa actividad sexual documentada en la presente investigación, se puede afirmar que los adolescentes no se protegen adecuadamente de embarazos no planeados ni de posibles infecciones de transmisión sexual. Sí bien según estudios recientes (The Alan Guttmacher Institute, 1994), el 90% de las mujeres en Colombia tiene algún conocimiento sobre anticoncepción; únicamente entre un 35% y un 40% de las mujeres, entre los 15 y los 44 años, usa algún método contraceptivo y muchas de ellas los utilizan incorrectamente, toda vez que, por ejemplo, el 10% de las mujeres que toman píldoras quedan embarazadas durante el primer año de estarlas empleando.
En este contexto es fácil entender las dificultades que encuentran los adolescentes sexualmente activos para usar anticonceptivos. Únicamente el 20% de los jóvenes de ambos sexos, estudiados, utiliza siempre algún método contraceptivo. El 35% nunca ha utilizado una forma de anticoncepción durante sus relaciones sexuales. En buena parte, esta actitud se puede explicar por la creencia predominante de que la actividad sexual o no debe ocurrir, o si se presenta, no se debe planear, pues el sublime y romántico momento debe vivirse en medio de total espontaneidad.
El 13 % de las adolescentes de Caldas ha tenido un aborto inducido; antes de terminar los estudios de secundaria, y el 2% de los varones admite haber presionado a sus compañeras sexuales para que se hagan practicar un aborto. Son parte de los más de 300.000 abortos ilegales que se realizan anualmente en Colombia (Paxman, Rizo, Brown, and Benson, 1993), muchos de los cuales terminan en complicaciones que ameritan hospitalización.
Infecciones sexualmente transmisibles
Las respuestas de los estudiantes, sujetos de la presente investigación, denotan que tienen un aceptable nivel de conocimiento acerca de la transmisión del virus de inmunodeficiencia humana. El 87% contestó adecuadamente las preguntas pertinentes; sólo un 5% consideraba posible la transmisión casual del HIV. De igual manera, el 70% de los hombres y el 80% de las mujeres presentan una actitud positiva hacia el condón y consideran que su uso no disminuye el placer sexual durante la relación. Sin embargo, sólo el 15% de los estudiantes sexualmente activos lo usa siempre durante el coito vaginal, mientras que el 42.4% nunca lo usa para esta actividad sexual. La situación es más preocupante con respecto al coito rectal puesto que en esta situación, sólo el 9.5% siempre usa preservativo, mientras que el 70% nunca lo hace.
Al comparar la incidencia de infecciones sexualmente transmisibles en universitarios hombres, durante los últimos años, Álzate encontró una tendencia decreciente: en 1975, esa cifra era del 49% de los sujetos y en 1990 era sólo del 9%. En el presente estudio, con estudiantes de secundaria, se halló que únicamente el 4 % de los varones reportó una infección de esta naturaleza. Ningún sujeto reportó infección por HIV.
Conclusiones
Luego de describir y analizar la vida sexual de un grupo de jóvenes, estudiantes de los últimos años de secundaria en el Departamento de Caldas, es importante hacer énfasis en los siguientes aspectos:
La adolescencia es un período de iniciación y experimentación en la vida erótica y para muchos jóvenes, especialmente los hombres, es un período de intensa actividad sexual. Es además, un proceso de aprendizaje para la sexualidad del adulto, en el cual el joven debe adquirir la capacidad de tomar, consciente, y por tanto responsablemente, sus propias decisiones con respecto a su comportamiento sexual. Entorpecer el aprendizaje es predisponer a futuros problemas o disfunciones sexuales; pretender sustituir el proceso individual de la toma de consciencia de la vida sexual es caer en la ilusión de poder controlar desde fuera la vida erótica de los adolescentes. Respetar la autonomía sexual del adolescente, sin que todavía no alcance la autonomía económico-social es uno de los mayores conflictos en la relación entre padres e hijos durante esta etapa.
Existen grandes diferencias en la conducta y en las vivencias sexuales de hombres y mujeres jóvenes, que deben ser entendidas sin que se le haga el juego a la inequidad de género existente en nuestra sociedad. En este sentido, queda mucho camino para recorrer en la superación del machismo que nos ha caracterizado. En particular, se debe procurar que los jóvenes de ambos sexos avancen en la comprensión de la relación entre el deseo sexual y el amor.
Principalmente, a través de los medios de comunicación, se tratan de imponer ciertos patrones de comportamiento y de consumismo sexual que hacen más difícil para la juventud el resolver las contradicciones propias de esta etapa del desarrollo. Suficiente tenemos con los problemas heredados de nuestro mestizaje para tener que lidiar además con el colonialismo cultural presente aún en las intimidades de la vida sexual.
Los adolescentes requieren de una educación sexual positiva que parta de la realidad de sus necesidades, y no de nuestros prejuicios; se debe buscar que el ejercicio de la función placentera de la sexualidad sea parte del bienestar de las nuevas generaciones y que ese ejercicio sea libre, responsable y nunca lastime a nadie, ni física ni psicológicamente. Lo único que pretende este pequeño trabajo es contribuir en algo a esos objetivos.