Educación Sexual
*Educación sexual con fundamento científico: VI Educación sexual
En nuestro país, al establecerse la educación sexual formal obligatoria, no se previó partir de los puntos básicos.
De acuerdo con el decir de Haeberle, la educación sexual tal como hoy la entendemos, era desconocida hace 200 años. Durante el esclavismo y la época feudal en Europa, la sexualidad hacía parte integral de la vida y por lo tanto no era considerada un tema que mereciera atención e instrucción particular. Los niños compartían la vida de los adultos, dormían y se bañaban desnudos y como, independientemente de la clase social, no existía mayor privacidad y no existían tabúes sobre estos temas, los hechos de la vida sexual, incluido el coito y la gestación no eran un secreto para ellos. Una vez alcanzada la pubertad, los jóvenes de ambos sexos se consideraban listos para el matrimonio.
Iniciado el proceso de conformación de los burgos y cuando ya las clases en ascenso compartían alguna información impresa, la sexualidad no se trataba como un tema aislado, sino que se hablaba de ella clara y francamente, como parte de los hechos de la vida diaria. Al menos esto es lo que se puede observar en libros como el Colloquia Familiaria, de Erasmo de Roterdam, publicado en 1522.
Con el triunfo político de la burguesía en la Revolución Francesa, los educadores apelaron al nuevo gobierno para que aprobara la introducción obligatoria en las escuelas, de la educación a las mujeres sobre la menstruación, la gestación, el parto y el cuidado de los bebés, pero debido a la conservatización acelerada de las nuevas clases sociales, estos primeros intentos de educación sexual orientados por el Estado fracasaron y, poco tiempo después de su introducción, el tema de la sexualidad desapareció del currículo.
Durante la primera mitad del siglo XIX se publicaron varios manuales sobre el matrimonio, que, aunque contenían errores propios del estado del conocimiento de la época, asumían una actitud razonable acerca de la sexualidad e informaban sobre los métodos de anticoncepción existentes. La posibilidad de comprender mejor la separación entre las funciones erótica y reproductora de la sexualidad se abrió al iniciarse la producción industrial de los condones, luego del invento de la vulcanización del caucho hacia 1844, pero la reacción moralista del victorianismo, que ya hemos mencionado, no facilitó el que esa posibilidad se hubiera hecho realidad.
Sólo a finales del siglo pasado y en las primeras décadas de la presente centuria se pudo iniciar una labor de educación sexual con base en los primeros trabajos sistemáticos de investigación científica, sobre la naturaleza de la sexualidad humana, realizados por los pioneros de la sexología contemporánea. En este contexto, sin duda alguna, puede considerarse a Havelock Ellis como el padre de la educación sexual en nuestra época y a Magnus Hirschfeld como el principal promotor de la despenalización de las conductas sexuales consensuales que no sean nocivas, tarea que impulsó a través de la Liga Mundial para la Reforma Sexual. Este movimiento de reforma a los códigos penales, apoyado por personalidades de la talla de Bernard Shaw, Bertrand Russell y Thomas Mann, entre muchos otros, estuvo inspirado en las observaciones que Hirschfeld hiciera durante su visita a la Unión Soviética, en 1926, a donde había sido invitado por el gobierno Bolchevique para que conociera los efectos de las leyes sexuales adoptadas después de la revolución de 1917 (Wolff, 1986).
El ascenso del fascismo en Alemania significó la persecución a las ideas de Hirschfeld y de los demás pioneros de la sexología y de la educación sexual en Europa. Recordemos que, incluso el doctor Freud tuvo que mudarse a Londres. La segunda guerra mundial impidió entonces, la difusión de los planteamientos en pro de la educación sexual en los países en contienda. Suecia fue, de alguna manera, una excepción y por esta razón posee, tal vez, la trayectoria más importante en la implementación de planes de educación sexual (Meredith, 1988). El hecho de haber sido neutral en las dos guerras mundiales; el ser un país con una tradición religiosa no erotófoba; la particularidad de su desarrollo económico capitalista el cual, en medio de sus contradicciones, ha permitido mantener por años tasas altas de ingreso percápita, facilitando así que la población se preocupe de aspectos del bienestar personal que en las naciones del tercer mundo pueden aparecer como necesidades superfluas o de segundo orden, han hecho esto posible.
Ni por un instante se pueden olvidar las enormes diferencias de todo tipo entre los países del Norte de Europa y los de América Latina. Aunque algunos autores latinoamericanos se refieren, más con el deseo que con la razón, al fracaso de los planes y reformas a la educación sexual y en consecuencia proclaman “la contrarrevolución sexual sueca” de los últimos años, es evidente que esa nación ha superado con éxito, en medio de grandes controversias nacionales, muchos de los obstáculos que en países como Colombia aún no hemos siquiera planteado.
Por su parte, en los Estados Unidos, durante los años 60 y 70 confluyeron varios factores que crearon las condiciones para que la educación sexual recibiera un gran impulso. La comercialización de “la píldora” anticonceptiva permitió aclarar la realidad de la función erótica y su independencia de la función reproductora; el movimiento de liberación homosexual y el movimiento feminista contribuyeron al entendimiento de la necesaria equidad de género y de la no discriminación de las personas por razón de su orientación sexual; finalmente, el rechazo a la invasión norteamericana a Vietnam difundió la consigna de “hacer el amor y no la guerra”, la cual facilitó la transformación radical del comportamiento sexual en amplios sectores de la población. Colombia, por la dinámica de los propios cambios sociales de las últimas décadas y debido a la dominación cultural promovida desde los Estados Unidos, no fue ajena a ese proceso. Ahora, haciendo una síntesis evaluativa de lo que ha sido la experiencia con respecto a la educación sexual en varios países, balance que pudiera servirnos de punto de referencia, se podría afirmar:
- El Estado debe definir una política general de educación sexual, cuyos puntos centrales deben originarse en comisiones compuestas por autoridades académicas de reconocida trayectoria en el campo de la sexualidad humana.
- Los criterios generales deben someterse a la discusión amplia y democrática por parte de los partidos políticos, el parlamento, la iglesia y las organizaciones religiosas, las instituciones ciudadanas interesadas, los padres y los educadores.
- No es posible acertar en la identificación de los propósitos y alcances de la educación sexual si no existe investigación científica que permita partir de la realidad de la vida sexual de la población.
- Debe existir una clara orientación y se deben crear las condiciones materiales para desarrollar programas adecuados de capacitación de los educadores sexuales.
- El proceso de surgimiento y consolidación de programas nacionales de educación sexual toma décadas y requiere de constante evaluación.
En nuestro país, al establecerse la educación sexual formal obligatoria, no se previó partir de ninguno de estos cinco puntos.