El médico y la salud sexual

Heli alzate

 

“El médico es el primer llamado a promover la calidad de vida de las personas, es decir la salud, según es definida por la OMS; ahora bien, la buena calidad de vida de la mayoría de los seres humanos incluye un funcionamiento erótico adecuado”. Helí Álzate.

 

El médico debe ser consciente de la necesidad e importancia de contribuir a la salud reproductiva y erótica de las personas. Para sustentar esta tesis, luego de hacer un recuento histórico que contrasta la erotofobia, predominante en la medicina desde la época victoriana, con el avance de la sexología contemporánea, se definen los campos de la educación y de la terapia sexual, se discute la importancia de promover actitudes sexuales positivas y de incluir conocimientos sexológicos actualizados en los currículos de medicina, y se ilustra la manera como se puede hacer educación sexual en la consulta. La argumentación retoma el trabajo pionero del doctor Helí Álzate de quien el autor fue su discípulo. Se concluye que hace falta en Colombia una política de formación sexológica en los programas de medicina.

 “La fonction érotique est naturelle a l´home, et a la femme”. Gérard Zwang”

La inclusión del tema del médico y su papel como educador sexual, en el programa oficial del XIII Congreso Nacional de Medicina General y social, celebrado en diciembre de 1997 en Medellín, demostró el interés de núcleos importantes de la profesión por contribuir a la salud sexual de los colombianos. A decir verdad, es un interés que empezó a suscitarse hace ya tres décadas gracias al trabajo pionero en este campo de los doctores Helí Álzate (1973, 1974a, 1974b, 1974c, 1976, 1980, 1981, 1982a, 1982b, 1986, 1989, 1990,1996), Germán Ortiz y Cecilia Cardinal de Martín. Ellos, imbuidos del espíritu renovador que animó los años sesenta y armados con los avances en el conocimiento de la sexualidad humana, logrados hasta esa época, principalmente por Alfred Kinsey y por Masters y Johnson, se dieron a la tarea de iniciar los primeros cursos de sexología en algunas facultades de medicina del país. El curso de sexología establecido por el doctor Álzate en la Universidad de Caldas cumplía 30 años en el momento de su muerte, ocurrida en el mes de marzo de 1998.

Sin embargo, es necesario reconocerlo, por distintos y complejos factores, muy poco se ha logrado avanzar en la formación sexológica de los médicos durante los últimos años. Mientras tanto, se pueden contar por miles las personas cuya vida sexual es una miseria, bien por la ignorancia de los más elementales aspectos anatomo-fisiológicos y psicosociales de la función erótica, o bien por los conflictos emocionales derivados de la contradicción entre la natural búsqueda de placer, en el ser humano y la hipócrita censura que al respecto ejerce la sociedad en que vivimos.

Por lo tanto, y como lo expresara el propio doctor Álzate (1976): “Es pues, imperativo que la medicina vuelva por sus fueros y recapture el liderazgo en una materia de tanta importancia para la salud…”. Este llamado es mucho más necesario en un momento en el cual urge una evaluación objetiva del “Proyecto Nacional de Educación Sexual”, desarrollado en el último lustro por el Ministerio de Educación, y cuando se ha hecho evidente la enorme debilidad académica de la gran mayoría de las “Especializaciones en Educación Sexual”, que surgieron a raíz de dicho proyecto, experiencia educativa ésta que a algunos nos ha hecho reflexionar sobre si acaso el remedio no resultó peor que la enfermedad (Useche, 1997).

 

Los fabricantes de angustia

 

Si se quiere abordar en su complejidad el problema del médico, como educador sexual, deben tenerse en cuenta tres aspectos fundamentales: el primero es el papel jugado por la ideología, ya que por ser la medicina producto de la cultura, su mirada sobre la sexualidad se ha visto influenciada por los prejuicios erotófobos, que por largos períodos han caracterizado a nuestra así llamada sociedad occidental. El segundo, es la necesidad de reconocer que la sexualidad humana, como cualquier otro fenómeno de la naturaleza y de la sociedad, puede ser objeto de estudio de la ciencia y, en consecuencia, que el médico, en especial, si se libera de concepciones propias del reduccionismo biologicista o de cualquier otro tipo, posee excepcionales condiciones para realizar una educación sexual con fundamento científico; y, finalmente, el tercer aspecto es el de la naturaleza y el contenido de la educación sexual propiamente dicha, pues conviene definir, con claridad, el nivel de intervención posible para el médico en la atención de las preocupaciones y problemas sexuales de sus pacientes.

En cuanto a lo ideológico, si bien la historia nos enseña que, desde la antigüedad hasta hoy, el péndulo ha oscilado entre la erotofobia y la erotofilia, se puede afirmar que ha prevalecido en nuestra sociedad el temor irracional al goce sexual, y más aún, que los médicos han sido en buena parte los responsables de esa situación. No en vano, el doctor Alex Comfort (1967) al estudiar este proceso, que algunos autores denominaron como de “medicalización del pecado”, no vaciló en calificar a sus colegas, que en asuntos de sexualidad se dejaron llevar por los estúpidos prejuicios de sus creencias, de simples: “fabricantes de angustia”.

A manera de ilustración, me referiré a algunos galenos miembros de este grupo, al que le cabe el dudoso honor de contribuir por siglos a la ideología anti sexual que tanta desgracia y sufrimiento ha traído al mundo. Tal vez, el primero que intentó un tratado médico orientado a la educación sexual fue Giovani Sinibaldi en, 1642. Mezcla de ciencia de la época, de hechicería y teología, su Geneanthropeia contiene, en germen, muchos de los errores y mitos que habrían de repetirse, por siglos en la medicina. Una de sus frases puede, muy bien, resumir su pensamiento: “… ¿perjudicarías tu salud por un placer que es breve y traicionero?” Para Sinibaldi, la homosexualidad no era siquiera enfermedad sino vicio, para el cual prescribía la flagelación; contrario a García Márquez, quien considera de mala suerte fornicar con los calcetines puestos, el profesor de medicina en la Roma del Renacimiento achacaba los problemas en el desempeño sexual a los pies fríos; la espalda encorvada, la calvicie, las canas, la constipación y la gota eran signos de “excesos venéreos”. En contraste, la cópula podía curar la epilepsia, y si la flacura del individuo era extrema, esta práctica le permitiría ganar peso. Se preocupaba el buen doctor, al mismo tiempo, por enigmas tales como el de la posibilidad de ciclos menstruales en la Virgen María o el porqué de la ubicación anatómica del pene, cuando bien podía encontrarse en cualquier otra parte del cuerpo. Mucho más práctico había sido el gran Falopio, un siglo atrás, que lo mismo se había interesado por las trompas que llevan su nombre, que por aconsejar a las madres para que estimularan el pene de sus niños “porque un ejemplar bien desarrollado nunca está de más…”.

Por su parte, la masturbación puede considerarse la conducta sexual más calumniada de todos los tiempos, y la lista de médicos importantes que han participado del “delirio terapéutico contra esta enfermedad imaginaria” (Zwang, 1994) es extensa: Tissot y Esquirol, entre los franceses; entre los ingleses, Sir William Ellis y William Acton, quien no vaciló en recomendar a las personas adultas la práctica de dormir con las manos atadas para evitar la tentación; reformadores del sistema de salud norteamericano como Sylvester Graham, experto en prescribir comidas blandas, baños de agua fría y aire fresco para curar la indeseable conducta autoerótica y promover la abstinencia; entre los de habla alemana encontramos al mismísimo doctor Freud-que consideraba la masturbación una de las principales causas de la “neurastenia”- y al no menos influyente Barón Von Krafft-Ebbing.

Krafft-Ebbing (1939) merece mención aparte toda vez que las ideas centrales de su libro Psycopathia Sexualis, publicado por primera vez en 1886, influyeron en la formación de los médicos hasta la mitad del presente siglo. Para este “alienista”, las conductas sexuales de los humanos hacen parte de las expresiones anormales del psiquismo trastornado, y el único patrón de comportamiento sexual “normal” consiste en el coito esporádico, en el curso de los primeros años de matrimonio, eso sí, siempre y cuando esté orientado únicamente a la procreación y sólo sea el esposo quien experimente el orgasmo. Para discípulos suyos, como el doctor Hutchinson, presidente del Royal College of Surgeons en 1890, si la locura y otros trastornos eran causados por la excitación sexual, los enfermos mentales debían ser castrados. Dado que este procedimiento no era permitido por la ley, los médicos seccionaban el nervio dorsal del pene a los pacientes psiquiátricos.

Donde Krafft-Ebbing observó patología, Freud infirió inmadurez en el desarrollo psicosexual de la persona, con lo cual contribuyó a mantener vigente la negación del erotismo. Y en particular, en cuanto a la sexualidad femenina, el creador del psicoanálisis reforzó la odiosa discriminación de la mujer al postular su diferenciación entre el inmaduro orgasmo “clitorídeo” y el irrelevante orgasmo “vaginal” alcanzado en el coito, con fin reproductor, la única actividad sexual no “perversa”, según su teoría.

En este contexto, no es de extrañar que durante la segunda mitad del siglo XIX florecieran en Europa y Estados Unidos las sociedades de cirujanos dedicados a las clitoridectomías, mientras que, al mismo tiempo, los “académicos” de la medicina rechazaban los trabajos con algún respaldo científico, tal como sucedió con la presentación del trabajo del doctor Denslow Lewis sobre “Las consideraciones ginecológicas del acto sexual”, en el Congreso de la Asociación Médica Norteamericana de 1899, estudio en el que se describía de manera objetiva el papel del clítoris y la realidad multiorgásmica de muchas mujeres (Calderone, 1978).

 

El camino trazado por Havelock Ellis

 

Afortunadamente, la dialéctica inherente a la historia y a todo proceso de elaboración conceptual no es ajena al desarrollo del pensamiento médico sobre la sexualidad. Existen, por lo tanto, desde la misma época de la erotofobia victoriana del siglo XIX, los antecedentes que permitieron elaborar los fundamentos para la educación sexual, con carácter científico, que la sociedad reclama actualmente. En este sentido, se puede considerar a Havelock Ellis como el iniciador de un movimiento educativo dirigido a lograr la aceptación de la necesidad de disfrute sexual, como algo connatural al ser humano.

En su extensa obra, y en especial en sus “Estudios sobre la Psicología de la Sexualidad”, Ellis (1936) se empeñó, en oposición al concepto de “perversión” promulgado por su contemporáneo Sigmund Freud, en demostrar la gran variabilidad de la conducta sexual “normal”. En medio del furor antimasturbatorio de sus colegas del período victoriano, planteó la inocuidad e importancia del autoerotismo. Se pronunció con sabiduría sobre las dificultades extremas que experimenta cualquier relación de pareja regulada por la monogamia y la fidelidad. Señaló, con la claridad que finalmente tenemos hoy, que la homosexualidad no es una opción personal, ni un vicio, menos una patología. Reconoció, como ninguno, los devastadores efectos en la vida de las personas de la ignorancia y la represión sexuales. En fin, fue de los primeros en indicar el camino correcto que debían seguir los interesados en una educación sexual positiva.

Otros médicos también contribuyeron a adoptar una actitud racional: los alemanes Moll, Bloch y Hirschfeld, cuya labor pionera se vió truncada por el ascenso del nazismo; el holandés Van de Velde, con su libro “El matrimonio ideal”, publicado en 1926; Dickinson en Estados Unidos con su atlas de “Anatomía Sexual Humana”, y Marie Stopes, en Inglaterra, con su lucha por los derechos sexuales femeninos.

En los años más recientes es obligado mencionar a la norteamericana Mary Calderone, fallecida en 1998, por haber dedicado toda su vida a la educación sexual; al psiquiatra Harold Lief (1978, 1981), pionero de la educación sexual médica en los Estados Unidos, con quien trabajó una temporada el doctor Helí Álzate en la Universidad de Pensylvania; y al urólogo francés Gerard Zwang (1997), autor de una obra enciclopédica en defensa de la función erótica.

Todos ellos tienen en común el que aceptan la búsqueda y el ejercicio del placer sexual, como algo propio de la naturaleza humana. Comparten, así mismo, la idea de que es necesario superar el estrecho marco empleado por la medicina oficial para reducirla sexualidad a su función reproductora, y la convicción de que la educación sexual debe sustentarse en lo más avanzado de la ciencia sexológica. Esto último es de trascendental importancia, en un momento en que las tendencias de moda pregonan, a los cuatro vientos, todo tipo de baratijas pseudocientíficas (Sagan, 1997) y en que, so pretexto de “humanizar la medicina”, las políticas relativas a la formación de los médicos, impuestas a nuestros países desde organismos internacionales, pretenden debilitar los fundamentos científicos de la profesión (Amador, 1997).

 

Sexología, educación sexual y terapia sexual

 

Uno de los méritos del doctor Iwan Bloch fue el de haber acuñado el término sexología (Sexualwissenschaft), el cual definió Helí Álzate (1997) como: “el estudio científico de todos los aspectos de la sexualidad y la función sexual humanas”. La sexología, es entonces, una disciplina muy compleja, por la naturaleza misma del fenómeno sexual y, en particular, de su función placentera. Así mismo, el sexólogo, quien dentro de esta concepción debe ser ante todo un investigador, debe poseer profundos conocimientos en las distintas áreas -biología, antropología, sociología, psicología y demás- que contribuyen a la comprensión de la sexualidad. En este sentido, existen muy pocos sexólogos en Colombia y la investigación sexológica es casi inexistente, lo cual contrasta con el creciente interés y la diversidad y cantidad de estudios que se publican en revistas especializadas en los países industrializados. Sería deseable que, en estos años por venir, un número significativo de médicos se sumara al esfuerzo por desarrollar la sexología en nuestro país, bien, formándose en los programas de maestría y doctorado que existen en el exterior, bien, haciendo uso del “derecho del pionero” a autoformarse, con el rigor académico requerido.

Por su parte, la educación sexual y la terapia sexual son dos campos de aplicación de la sexología, a los cuales los médicos tienen mucho por aportar. Por conservar toda su vigencia, voy a citar a continuación el pensamiento del doctor Helí Álzate al respecto, planteado en una conferencia suya dictada, en 1990, en el Segundo Simposio de Ginecología y Obstetricia del Quindío: ” Hasta hace poco tiempo se creía que el tratamiento de los problemas sexuales era de la exclusiva competencia de la psiquiatría, en concordancia con la presunción psicoanalítica del origen inconsciente profundo de todos ellos. Los estudios sexológicos modernos han modificado este concepto. En primer lugar, hay que distinguir dos tipos de problemas sexuales: los menores y los mayores. `Los problemas sexuales menores son `la multitud de dificultades que pueden presentarse en la vida sexual de las personas, debidas fundamentalmente a la mala educación sexual por acción u omisión, y cuyo tratamiento es relativamente simple para quien posea los necesarios conocimientos sexológicos´. Los problemas sexuales mayores son `aquellos que tienen causas más complejas, de tipo psíquico, psicosocial, somático o mixto, y que requieren tratamiento especializado, aunque algunos de ellos también presentan el componente de ignorancia sexual, típico de los problemas sexuales menores´. En segundo lugar, se ha encontrado que el modelo médico-psicoanalítico tradicional es inadecuado para tratar los problemas sexuales menores y mayores, a lo cual se agrega el general desinterés por la educación sexológica formal en los estudios médicos de pregrado y de postgrado, que son extremadamente deficientes en lo que respecta a los aspectos humanísticos, socio antropológicos y psicológicos de la conducta sexual humana. Por ejemplo, en 1985, sólo el 30 % de las facultades de medicina colombianas ofrecían algún tipo de enseñanza sexológica, y en la mayoría de los casos los contenidos temáticos no eran los apropiados. Además, el esquema “patologicista” de la medicina, que se centra en salvar o prolongar la vida -aun a costa de grandes sufrimientos para el paciente o para sus familiares- no permite comprender la función del terapeuta sexual, que es promover la obtención del placer.

Todo médico debería estar en capacidad de tratar los problemas sexuales menores, que son la mayor parte de los que aquejan a las personas; en otras palabras, debería ser un educador sexual competente. En cuanto a los problemas sexuales mayores, la utilización de nuevos métodos diagnósticos ha puesto de manifiesto que entre un 30 y un 50% (dependiendo de la edad de la persona) de los casos de disfunción erectiva (el principal problema sexual mayor del hombre) son de etiología exclusiva o predominantemente orgánica, y por lo tanto de tratamiento médico obligatorio. Igualmente, para el tratamiento de muchos casos de disfunción orgásmica coital femenina hay que efectuar un examen vaginal.

Precisamente el desinterés de los médicos por los aspectos educativos y terapéuticos de la sexualidad humana ha creado un vacío que está siendo llenado en el mejor de los casos por psicólogos, y en el peor, por simples charlatanes. En cuanto a los primeros, la gran mayoría de ellos no están capacitados suficientemente, porque en sus estudios profesionales tampoco reciben enseñanza sexológica formal, ni aprenden a tratar las disfunciones sexuales de causa orgánica (y tampoco pueden hacerlo legalmente). Además, su falta de entrenamiento anatomoclínico los inhabilita para efectuar exámenes sexológicos. En cuanto a los segundos, ellos son simplemente explotadores de la buena fe de las personas necesitadas de ayuda. En realidad, el entrenamiento de la mayoría de los actuales `especialistas´ sexuales se limitó a poco más que a la lectura superficial de los libros de Masters y Johnson o de Kaplan, o a la asistencia a un `seminario´ o `taller´ realizado por otro charlatán más madrugador.”

 

La educación sexual médica

 

Antes de precisar nuestro punto de vista respecto de la discusión actual sobre el carácter que debe tener la formación sexológica de los médicos, es conveniente tener en cuenta que, a diferencia de los Estados Unidos y de otros países industrializados, donde desde hace varios años se cuenta con un número importante de profesores universitarios dedicados a la investigación y la docencia en el campo de la sexualidad humana (se ha conformado una asociación de profesores de sexología en las carreras de la salud denominada “Consortium of Sex Educators in the Health Professions”), y existen libros de texto, publicaciones especializadas y materiales educativos de fácil acceso para los estudiantes, en Latinoamérica, las condiciones propias de la enseñanza sexológica en la educación superior y en particular en los programas de medicina adolece de grandes limitaciones de diversa índole (Álzate, 1974,1976).

En Colombia, muy poco es lo que ha cambiado en los últimos años y, en general, continúan teniendo validez las conclusiones que hace más de una década obtuviera Álzate en uno de sus estudios sobre el tema: ” a)…sólo el 30% de la facultades y escuelas de medicina ofrecen enseñanza sexológica formal; b) la mayoría de las instituciones que la suministran le conceden muy poco valor académico; c) los contenidos de la mayoría de los programas existentes no parecen estar actualizados y dedican muy poca atención a los aspectos socioculturales de la sexualidad. La conclusión general es que las facultades y escuelas de nuestro país continúan presentando una gran deficiencia en el campo de la instrucción sexológica”. (Álzate, 1986).

La formación en aspectos sexológicos, del médico, y en general del profesional de la salud, es un tópico que ya no está en discusión en los países avanzados. De hecho, en un estudio reciente del currículo de 109 escuelas de medicina del Canadá y los Estados Unidos, se encontró que el 92% contaba con cursos de sexología, y que en casi la tercera parte de esos programas se habían incrementado, en los últimos años, las horas dedicadas al estudio de diferentes aspectos teóricos y clínicos de la sexualidad humana. De la misma manera, el 70% de los programas de medicina del Reino Unido tiene incorporado cursos de sexualidad a su currículo regular (Dunn, Alaire, 1997).

Se puede afirmar, entonces, que la preparación sexológica del médico es cada día más necesaria. A lo expuesto anteriormente sobre la realidad de que las personas ven en el médico al profesional más competente y confiable para expresarle sus preocupaciones y problemas sexuales, deben agregarse los retos profesionales que han surgido en los últimos años: la irrupción de la infección por HIV; la evidencia de los efectos colaterales sobre la función sexual de muchos medicamentos y procedimientos terapéuticos; la urgencia de atender los problemas sexuales asociados a las enfermedades crónicas como las diabetes, el cáncer y las artritis y de contribuir, también en el campo de su vida sexual, a la rehabilitación de las personas con trauma raquimedular, o cualquier otra condición que conduzca a algún tipo de incapacidad.

Pero, tal vez, la razón más importante es la relacionada con la atención primaria. Contrario al concepto predominante en la medicina del siglo XIX según el cual una vida sexual activa era el mejor camino para la degeneración física y mental, actualmente no cabe duda sobre las ventajas que en materia de prevención de la salud ofrece el ejercicio regular de la función erótica. La investigación reciente ha demostrado que el coito es un excelente ejercicio aeróbico y puede, a su vez, contribuir al control de los niveles de colesterol y a proteger la próstata; la excitación sexual, generalmente, se acompaña de una saludable miotonía y favorece el aumento de los niveles de testosterona y de estrógenos, con lo cual, no sólo mantiene las condiciones para un óptimo desempeño sexual, sino que beneficia el desarrollo óseo y muscular y contribuye a prevenir problemas cardíacos. Por su parte, el orgasmo eleva los umbrales para el dolor y, en la práctica, ejerce un efecto analgésico en las molestias de la artritis o del simple dolor de cabeza (O Neill, 1997) . Y ¡qué decir sobre la experiencia orgásmica como factor que favorece la superación de los estados de stress negativo!; no en vano, en alguna parte, Mario Benedetti escribió que el mundo sería distinto si todos permanentemente viviéramos en el estado de ánimo que acompaña los minutos posteriores al orgasmo.

Superado entonces el debate sobre la inclusión de la sexología en el currículo médico, la controversia actual gira en torno de los objetivos, modalidad y contenidos de los cursos; de la metodología que debe emplearse; sobre si éstos deben estar ubicados en los primeros años de formación básica o en los años posteriores de preparación clínica, y acerca de los requisitos académicos que deben poseer los responsables de este tipo de formación (Weerakoon and Stiernborg, 1996).

En un comienzo, en Norteamérica, y bajo la influencia de la “revolución sexual” de los años 60 y 70, los primeros cursos formales de sexología en las escuelas de medicina hacían énfasis en el enriquecimiento personal de los estudiantes, como uno de los objetivos fundamentales (Herold, 1997). En este sentido, el cambio de actitudes conservadoras frente a temas como la masturbación y la homosexualidad se consideró indispensable, y buena, parte de la metodología se centró en la observación y análisis de videos sexualmente explícitos, que mostraban la más diversa variedad de patrones de comportamiento, y en experiencias apoyadas en los postulados de la Psicología Humanista, de gran desarrollo en ese período. Esta metodología incluyó grupos de encuentro, confrontaciones en el marco de la Terapia Gestalt y mesas redondas con personas que daban testimonio de su particular estilo de vida sexual. Programas de medicina tan importantes como el de la Universidad de Minessota, en Minneapolis, y el de la Universidad de California, en San Francisco, desarrollaron talleres de Restructuración de Actitudes Sexuales -SAR- (Ayres et al, 1975) que, no obstante, las polémicas que han suscitado en los últimos 30 años, aún conservan su vigencia.

Posteriormente y con el desarrollo de la investigación en distintas áreas de la sexología y la consecuente consolidación de las revistas especializadas, se empezó a contar con un cuerpo de conocimientos suficiente para ser incluido en los programas más avanzados de educación sexual médica. Actualmente, cualquier profesor de sexología o sexualidad humana de una escuela de medicina, siempre que cuente con una adecuada formación y lea en inglés, no podrá quejarse por falta de información para preparar sus cursos. El problema en países como Colombia reside, precisamente, en que son pocos los académicos y profesionales que cumplan estas dos condiciones.

Pero, además de trabajar actitudes y conocimientos, es imprescindible desarrollar en los médicos en formación habilidades específicas para que puedan desempeñarse profesionalmente en el campo de la educación o de la terapia sexual. En primer lugar, es fundamental el dominio de las técnicas para hacer una buena historia sexual de la persona que consulta. En este sentido, el modelo desarrollado y perfeccionado por Kinsey y sus colaboradores y sistematizado por el doctor Pomeroy (Pomeroy, Flax, Wheeeler, 1982), modelo probado en decenas de miles de historias sexuales, puede ser de gran utilidad, pues incluye un procedimiento de codificación y registro que garantiza la confidencialidad indispensable y permite la exploración de la vida erótica, en toda su inmensa variabilidad y complejidad. 

Igualmente, sería importante para el médico desarrollar habilidades para el diagnóstico de las disfunciones más comunes y para el asesoramiento breve durante la consulta, sin tener que remitir; innecesariamente a un terapeuta sexual, terapeuta que, entre otras cosas, no es fácil de encontrar en nuestro país.

 

Educación sexual en la consulta médica

 

Con una actitud positiva para ayudar a las personas a mejorar la calidad de su vida erótica, el médico podría estar atento a cosas tan elementales como preguntar durante la consulta si el paciente considera satisfactoria su actividad sexual actual y, en caso necesario, a evaluar rápidamente cada una de las fases de la función erótica (Apetitiva, Relacional, Estimulatoria, Excitatoria, y Orgásmica. (Álzate, 1997). Así mismo, podría preocuparse por la vida sexual de los pacientes afectados por enfermedades crónicas tales como diabetes, artritis o cáncer, bien sea porque la sexualidad se vea comprometida en la evolución de la enfermedad, bien sea porque los tratamientos correspondientes, como pueden ser la quimio y la radioterapia, puedan afectar las diferentes fases de la función sexual. En este sentido es muy conveniente, también, explicar al paciente, siempre que lo amerite, los posibles efectos sobre el deseo, la excitación o el orgasmo de los diferentes medicamentos que se prescriben.

Como se mencionó anteriormente, la clasificación de los problemas sexuales en menores y mayores es de una gran utilidad y permite definir con claridad los dominios de la educación y de la terapia sexual. Ejemplo de problemas sexuales menores, pero causantes de justificada preocupación en los pacientes y, por lo tanto, motivo común de consulta son: los problemas erectivos esporádicos en hombres jóvenes y la dificultad de muchas mujeres para alcanzar el orgasmo durante el coito vaginal. La explicación del porqué de estas enojosas situaciones no requiere de interpretaciones de psicología “profunda”; basta con explicar, luego de la valoración correspondiente, que diversos factores como la ansiedad, la fatiga o el Efecto Coodlige son responsables de problemas ocasionales de la erección y que, por insuficiente estimulación de las zonas erógenas en las paredes vaginales, es común que, en la cópula, en especial en la posición del misionero, no se logre la excitación suficiente para alcanzar el clímax (Álzate, Useche y Villegas, 1989).

Para el médico que hace educación sexual es importante evitar la tendencia a “medicalizar la sexualidad” (Tiefer, 1996), caracterizada por el excesivo énfasis, tanto en los procedimientos de diagnóstico empleados en medicina, como en los tratamientos farmacológicos y quirúrgicos. A manera de ilustración, digamos que un problema erectivo ocasional no amerita una remisión al urólogo ni la prescripción de medicamentos por vía oral. Aunque la tentación de apresurarse a formular el Sildenafil, (o el mesilato de fentolamina, una vez esté en el mercado colombiano), seguramente siempre va a estar presente.

Esta tendencia a “medicalizar” la sexualidad se ve reforzada con la utilización de manuales de diagnóstico psiquiátrico como el DSMIV, del cual, sin pretender negar sus enormes ventajas, podemos afirmar que, en cuanto a las disfunciones sexuales, se fundamenta en modelos elaborados con una visión “reduccionista periférica”, como son los modelos del ciclo de respuesta sexual de Masters y Johnson, y Helen Kaplan. Es obvio que en este sistema de clasificación de los problemas sexuales se subestima o se niega el plano psíquico o central de la función erótica, al definir, por ejemplo, las disfunciones excitatorias y orgásmicas femeninas en términos de simple disminución o ausencia de lubricación vaginal o de contracciones de los músculos que rodean el tercio externo de la vagina.

Por el contrario, el médico siempre debe tener presente que la función erótica es sumamente compleja y que la fase excitatoria, cuya expresión somática o periférica es la erección o la lubricación vaginal, corresponde a un fenómeno profundamente subjetivo y que, en ese sentido, los vasoactivos orales, con todo y la revolución que han significado en el manejo de las disfunciones de la fase de excitación, no son “balas mágicas”, y su prescripción requiere de un esfuerzo diagnóstico y de comprensión integral del problema sexual, motivo de la consulta.

 

Conclusiones

 

Es innegable que al médico contemporáneo le corresponde jugar un papel principal en la promoción y cuidado de la salud sexual, tanto reproductiva como erótica. No hacerlo, sería contribuir a prolongar la negación, el desconocimiento de una función tan real como cualquier otra función humana. Afortunadamente, el conocimiento científico, al respecto, es cada vez mayor y poco a poco se abre paso una actitud racional que permite entender que la educación sexual, por sí misma ni promueve ni impide el comportamiento sexual de las personas. El aporte de los médicos a la búsqueda y ejercicio consciente, y por lo tanto responsable, del placer sexual, contribuirá enormemente al bienestar de las personas.

Para lograr este propósito, se requiere de una correcta política de formación sexológica de los médicos en Colombia. Una política que le dé continuidad a los esfuerzos aislados que se han realizado en los últimos años. Que le dé prioridad a la consolidación de un grupo de profesores de altísimas calificaciones académicas y personales, algunos de los cuales tendrán que complementar su preparación en el exterior, dadas nuestras limitaciones. Una política que facilite las reformas curriculares para que, sin desmedro de la formación científica, clínica y humanística que exige la profesión médica en las áreas que le son, de suyo, propias, se encuentre también el espacio para el conocimiento sexológico.

 
Nota: Apartes de este capítulo sirvieron de fundamento a la exposición del autor sobre “El médico como educador sexual” que fue presentada en el “XIII Congreso de Medicina General y Social” (Medellín, 3, 4 y 5 de diciembre de 1997).
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